Las tres fases del ‘procés’

En una primera fase, el 'procés' comenzó con un mensaje nacionalista: 'Som una nació'. Como el simple factor identitario no era suficiente para sumar mayorías, los autores del 'procés' cambiaron el discurso: en la segunda fase, la idea básica fue 'Espanya ens roba'. Aún así, no alcanzaban mayorías suficientes, y volvieron a cambiar el mensaje. En la tercera fase, actualmente, la idea clave es demostrar que España es un Estado autoritario que ahoga el espíritu democrático. Con este mensaje intentan convencer a Europa y ganar amigos para la causa nacional-separatista.

Sin embargo, España es una democracia reconocida como tal por todas las naciones. Incluso aparece en el ranking del semanario 'The Economist'  en el puesto número 19 de un total de 167 países, por delante de democracias consolidadas como Estados Unidos, Francia o Japón, de los que nadie discutiría su calidad democrática. En el contexto internacional, nadie cree en el mensaje nacional-separatista: España no es un régimen autoritario.



Pese a ello, la calidad democrática del Estado español es muy mejorable: en muchos aspectos es necesario hacer reformas pendientes desde hace años; diríamos que es una democracia imperfecta. Imperfecta, sí; porque la democracia es un ‘estado de transformación permanente’, dinámico, siempre mejorable, siempre en construcción, en el que aumentan las necesidades de la personas y hay que dar respuestas a esas necesidades. Las democracias ‘perfectas’ solo existen en regímenes autoritarios, como la democracia orgánica de época franquista.



Nadie prohíbe en España pensar libremente. Tampoco a los nacional-separatistas. Solo faltaría. Nadie les niega el legítimo derecho a aspirar a su meta (la nación catalana independiente) y actuar para conseguirla. Solo deben hacerlo dentro del marco legal, respetando las normas y trabajando para cambiarlas. Negociar, pactar, conseguir mayorías… hay muchos medios para lograr cambios políticos. Pero en ningún caso imponerlos.



Los políticos encausados no lo están por sus ideas, ni por sus metas ni por sus objetivos legítimos. Están encausados por la manera en que quisieron convertir en realidad su sueño nacional. Su problema con la justicia no es el ‘qué’, sino el ‘cómo’.



'Espanya ens roba'

La segunda fase del ‘procés’ estuvo protagonizada por una reivindicación económica, originada en pleno torbellino de la crisis económica. Esta denuncia de una injusticia hacia el territorio catalán esconde una falta de solidaridad que alimenta prejuicios entre territorios ('los andaluces son unos vagos').
Como antes hemos indicado, España es una democracia ‘imperfecta’ que necesita urgentemente cambios y mejoras. Entre otras, una reforma territorial y una reforma fiscal. Y para que sean duraderas en el tiempo, estas reformas solo pueden ser pactadas, no impuestas.



'Som una nació!'

A menudo oímos hablar de los ‘derechos históricos del pueblo catalán’. Esta afirmación encierra una confusión en el significado de las palabras: no existen 'derechos históricos', sino solo 'privilegios históricos' que nacen de las luchas carlistas del siglo XIX. Los derechos son siempre sociales, para la gente, no para los estamentos, y enfocados al futuro, no al pasado; enfocados a la convivencia, no a la división. 


Todo nacionalismo defiende sus raíces en un pasado mítico, y aspira a una sociedad solo para los suyos, en vez de aspirar a la construcción de un futuro para todos en paz y a la convivencia con los diferentes.



Desde la izquierda, y desde el liberalismo democrático, el principal enemigo de los derechos humanos y de las libertades y de la igualdad social son los nacionalismos. El nacionalismo divide a la gente trabajadora para defender los privilegios de la gente poderosa. Todo nacionalismo destruye derechos para defender privilegios. Todo nacionalismo aspira a construir una sociedad homogénea, sin diferencias, con una sola bandera, una sola cultura, una sola lengua; todo nacionalismo necesita un enemigo, y busca al causante de sus males en ‘el otro’, el diferente, su enemigo (para los nacionalistas de aquí es ‘lo espanyol’), y por tanto, siembra odio y aspira a imponer su visión a todos los ciudadanos.



Afortunadamente, España no es su gobierno (que siempre es coyuntural) ni el Estado español es del PP ni de ningún partido. España es plural y diversa, como todos los países. Como Cataluña también.

No se puede imponer una visión única a todo el mundo, hay que respetar las diferencias y trabajar por la convivencia.


Perspectiva histórica

El siglo XIX fue el siglo de los nacionalismos europeos, que cultivaron el pensamiento identitario durante décadas, justificado por la diferencia. La primera guerra mundial fue la guerra nacionalista 'par excellence'... una tragedia sin parangón y la derrota momentánea del movimiento obrero. No podemos consentir que algo así vuelva a pasar. 


La situación de los trabajadores de Europa Occidental mejoró sustancialmente tras la segunda guerra mundial, con los planes de Keynes, la creación del National Health System en Inglaterra, los seguros sociales, la unidad sindical, el progreso de los partidos socialdemócratas, la consolidación del estado del bienestar, etc., etc. y todo eso se consiguió en un marco pacífico y de solidaridad internacional. 

Solo en condiciones de paz y solidaridad internacional podemos luchar en la actualidad contra la pobreza e instaurar nuevas herramientas para reducir las desigualdades en todo el continente, además de aspirar a una globalización más justa e igualitaria.


La visión desde la izquierda

Es muy romántica la idea de crear un país nuevo, con reglas y leyes nuevas, más justas; hacer ‘tabula rasa’ y volver a empezar desde cero. Esto seduce a un amplio sector de la juventud y a mucha gente que se dice de izquierdas.


¿Dónde obtiene sus mejores resultados el nacional-separatismo? En los barrios más ricos de Barcelona y del área metropolitana, y de los pequeños propietarios del interior de Catalunya, que suelen ser muy conservadores, a pesar de que reciben cuantiosas ayudas para compensar las consecuencias de los mercados globales. Mientras que la gente de Nou Barris, del Baix Llobregat y de las fábricas son mayoritariamente contrarios a la propuesta separatista. En las fábricas, como por ejemplo en SEAT, los despachos están con lazos amarillos, pero en las naves no encuentras apenas nacional-separatistas. En la empresa en que trabajo ocurre lo mismo: en los despachos son separatistas, pero en 'la fábrica', todos de 'Tabarnia'.



Estos datos son solo una muestra de cómo el movimiento nacional-separatista es también clasista. Y la izquierda verdadera no puede defender privilegios de clase, ni ayudar, con su apoyo al nacional-separatismo, al bloque más conservador, reaccionario y rancio que ha existido en Catalunya a esconder sus vergüenzas y toda su corrupción.



Para conseguir mejorar la vida de la gente, de todas las personas, no solo de los catalanes, es necesaria la solidaridad INTERNACIONAL entre todas las personas de todos los lugares del mundo.



Para mejorar los derechos sociales de TODOS, no solo de los catalanes, es necesario cambiar a los dirigentes en Catalunya, en España y en Europa... y eso solo se puede hacer con unas fuerzas progresistas unidas y no divididas como quiere el nacionalismo. Ya se sabe que los poderosos siempre han aplicado aquello de 'divide y vencerás', y aquí, con el ‘procés’, de momento, lo están consiguiendo.



Referéndum, ruptura o reforma

Un referéndum solo tendría sentido con mayorías cualificadas muy amplias... pero no funciona si se gana por los pelos, con diferencias de pocos votos. Sea cual sea el resultado.


Hacer ‘tabula rasa’, empezar desde cero implica la destrucción de todo lo que hemos conseguido; implica negar los logros de nuestros mayores, que también trabajaron por la libertad y por la igualdad. 



Por eso, la única solución es la reforma del Estado: ampliar la diversidad en la responsabilidad de la gestión, sin ampliar las desigualdades ni privilegios, ni sociales ni territoriales. Al revés, trabajar por la igualdad de derechos en todas partes.



La experiencia histórica nos enseña cómo las reformas pactadas son las que cambian de verdad la vida de las personas. Y, para lograr esas reformas, es necesario cambiar las cúpulas de poder y reformar Catalunya, España y Europa desde abajo y desde arriba.




PABLO BECEIRO és membre del PSC 

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